miércoles, 15 de julio de 2009

Laura Névole

Dramaturga
Laura Névole nace en Bs As, San Martín, en 1977. En el año 2004 se recibe como psicóloga en la UBA y se desempeña como docente. Se forma como actriz con Jorge Gusman, Ricardo Bartís y Alejandro Catalán. En el año 2007 comienza a formarse como dramaturga con Mauricio Kartún y Ariel Barchilón. Actualmente, trabaja junto a Bernardo Cappa, como actriz (La Presa y La Novedad) y dramaturgista (Amor a Tiros y Rocabili). Co- dirige la obra de su autoría: “Chillan las ratas” y participa como dramaturga en Proyecto III, 2009.

¿Cuáles son las particularidades de escribir en un proceso como el que plantea Proyecto 3? ¿Qué dificultades y qué satisfacciones surgen en esa tarea?


El dramaturgo escribe a partir de las resonancias que le generan los cuerpos y las intensidades de los actores, durante las improvisaciones y juegos propuestos por el director. La escritura de los primeros pre-textos (previos al texto final) es pulsada por estas energías que generan muchas imágenes. El dramaturgo registra “todo” y retoma “restos”: palabras, miradas, pequeños movimientos, posturas corporales, tonos de voz. Esos fragmentos pasan por la propia máquina y operan de motor.
Las dificultades son propias del encuadre: debe ser un texto de tres personajes en los que todos deben tener el mismo protagonismo; a su vez no debe superar los 20 minutos. Y tiene una fecha de entrega: la obra debe estar terminada en tal fecha.
Una de las mayores satisfacciones es la de ver cómo un aspecto de las energías de los diversos actores está plasmado en los personajes, aunque muchas veces los actores no se sientan reconocidos en ellos. La primera lectura del texto es muy reveladora en este sentido. La cercanía o la extrañeza que producen los personajes en los actores me hace reflexionar sobre cómo la improvisación revela aspectos de la singularidad muchas veces desconocidos por los propios protagonistas.

¿En qué aspectos considerás que el diálogo con el director y los actores enriquece tu propio trabajo y el del teatro en general?
El diálogo es enriquecedor en tanto tiene la posibilidad de transformar y potenciar. Se trata de dialectizar: que las diferencias devengan en complejidad y no en un cruce de opiniones irreconciliables. Por supuesto, el diálogo no es posible con cualquiera. Hay que partir de ciertas cuestiones básicas y fundamentales: la sensatez, la responsabilidad, el compromiso, el sentido común y la convicción de que dialogar es difícil pero “vale la pena”.

¿Qué valor pensás que tiene tu presencia (el dramaturgo en general) en todo el proceso de ensayos y dirección de la obra?
Una mirada más, desde un lugar diferente. En ese sentido, el dramaturgo es quien viene imaginando y trabajando con el universo y los personajes desde hace tiempo y su mirada está llena de prejuicios sobre cómo debería ser ese mundo y los seres que allí habitan. Sin embargo, al pasar ese universo por los cuerpos de los actores y la imaginación del director y del asistente y del músico, y del escenógrafo, etc., estos prejuicios estallan y el diálogo parte de una materia nueva que se aleja de la representación y promueve el desafío de un teatro vivo y por lo tanto transformador a la vez que contradictorio, cambiante y siempre imperfecto.

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